UNA PIEDRA Y SUS DOLORES
Otra vez le dijo el Conde Lucanor a su consejero Patronio:
-Patronio, un vecino me ha dicho que valla a su casa y no creo que valga la pena.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer, me gustaría contaros lo que sucedió a una piedrecilla que reposaba en el fon do del arrollo.
Y el conde le preguntó lo que había pasado.
-Señor conde -dijo Patronio-, una piedrecilla reposaba en el fondo del arroyo. Al llegar la primavera, con las lluvias, la corriente se dirigió a ella y le dijo:
– ¡Si quieres te llevo al mar!
La piedra hizo algunos movimientos de resistencia tratando de agarrarse al fondo y contesto a la corriente con aire indiferente:
– ¡El mar!… ¡El mar no existe! Sólo existe el arroyo, las piedras y las vacas que nos pasan por encima de vez en cuando. Sigues tan idealista como siempre… ¡el mar!
Pero la corriente volvió a susurrar:
– “deja que te lleve… al mar, deja que te lleve.”
Y la piedra contestó dejándose arrastrar:
– bueno vamos- porque en el fondo le gustaba la aventura. Era una piedra volcánica, con algunas estrías claras de las que estaba muy orgullosa.
A pesar de viajar a merced de la corriente solía hacer comentarios autoritarios para sentir que la dominaba.
– ¡mira!- dijo una vez con cierto acento despectivo- ¡Ya hemos pasado demasiados recodos y el mar no está! ¡Déjame aquí!, estoy cansada de rebotar entre las peñas del cauce.
– deja que te lleve… – respondía suavemente la corriente.
La piedra paso por aguas ennegrecidas y dijo:
– ¿a donde me has traído, sinvergüenza? ¿Esto es el mar? ¡Prefiero que me pisen las vacas!
Pero la corriente ya no respondía y tan solo aumentaba la velocidad.
– ¡para ya! – grito la piedra chocando contra otros guijarros- ¡vas a destruirme! ¿es que no te das cuenta? ¡no quiero ir al mar!… ¡Odio el mar!
La corriente la arrastro con gran vehemencia haciendo sentir un gran vértigo a la piedra, que en el colmo de su furia grito:
– ¡También te…!
Pero no pudo seguir porque estaba cayendo por una enorme cascada. Y ya en el fondo añadió casi sin fuerzas:
– también te odio a ti, Arrollo… no vale la pena perder mis esquirlas por ese sueño que llamas mar. Juegas conmigo sin sentido.
Pasaron a gran velocidad entre muchos rápidos. Luego siguieron por remansos tranquilos, llenos de algas y de líquenes.
La piedra ya no decía nada. Se había abandonado a la corriente. Tenia la superficie cubierta de grietas y casi no se reconocía a si misma. Todo le dolía.
Atrás quedaron diversas orillas, bosques y aldeas. A la piedra sólo le quedaba el silencio, la corriente y el recuerdo de los golpes recibidos en una trayectoria desgraciada. Pero lo peor era el silencio.
De repente escuchó otra voz. Era una voz muy distinta; grande, cautivadora y muy azul:
– por fin as llegado piedra mia – dijo el mar.
Y mientras caía dulcemente entre esplendidos corales, la piedra giró sobre si misma varias veces, como murmurando:
– ¡gracias arrollo, gracias corriente…. Os amo!… todo a valido la pena.
Así, vos, señor Conde Lucanor, debéis saber que quizás tambien tu descubriras al final que era el quien te esperaba tras cada recodo…
El conde pensó que era un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.
Viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro y compuso estos versos que dicen así: